2014/ Noviembre/ EconoticiaS/ Por: Marcos E. Montalvo Escobar

El libro “Carta Suicida de Tuluá”, del historiador, periodista y abogado Omar Franco Duque, como bien lo expresa el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal en el prólogo de esta obra, “…es un aporte valiosísimo a la aclaración de un episodio que entre el mito y mi pluma fuimos capaces de trastocar”. Tal como lo manifestara Fernán Muñoz Jiménez, escritor y periodista tulueño, en un comentario del 21 de junio de 1972 acerca de la novela “Cóndores no se entierran todos los días”, la novela “…es un instrumento auxiliar para la comprensión y el enfoque de una época o de una circunstancia social… y la historia ofrece la autenticidad total de los hechos.”

Ignacio Cruz Roldán, único sobreviviente de los firmantes de la Carta Suicida,
junto al historiador Omar Franco Duque

La observación que hace Muñoz Jiménez me permite afirmar que la obra de Franco Duque, contrariamente a lo escrito por Álvarez Gardeazábal en el prólogo, no pretende desvirtuarlo como historiador porque no lo es, pero, efectivamente, si reafirma la imagen novelesca del siniestro personaje llamado “El Cóndor” por la documentación histórica y biográfica que del mismo entrega “Carta Suicida de Tuluá”.

La obra de Franco Duque, a diferencia de la novela que recrea literariamente la vida de León María Lozano –también llamado El Rey de los pájaros- pretende reivindicar históricamente a nueve valientes ciudadanos tulueños que, a sabiendas del riesgo que correrían sus vidas, deciden enviar una carta al diario El Tiempo para denunciar a León María Lozano como el responsable de la mayoría de los crímenes cometidos contra liberales de la región, y la permisividad de las autoridades que nada hacían en su contra a pesar del auto de detención proferido por un juez.

El mensaje, firmado por el abogado Arístides Arrieta Gómez, el hacendado Andrés Santacoloma Sanabria, el médico Diego Cruz Roldán, el comerciante Jaime Valencia Aristizábal, el hacendado Alfonso Santacoloma Román, el agricultor y ganadero Daniel Sarmiento Lora, el odontólogo Álvaro Cruz Lozada, el bacteriólogo Ignacio Cruz Roldán y el también comerciante Fabriciano Pulgarín, fue publicado por El Tiempo en su edición No 15.751 del 15 de julio de 1955 en la página 21.

Un día después de la publicación comenzó la retaliación contra este grupo, llamado en su época “El Batallón Suicida”. El 16 de julio fue asesinado el abogado Aristides Arrieta. Al siguiente año, el 29 de noviembre de 1956, fue asesinado el patricio liberal Andrés Santacoloma Sanabria. Tres meses más tarde, el 22 de febrero de 1957, fue muerto a tiros de revólver Alfonso Santacoloma Román. Pasados dos meses de este hecho sangriento, cuando en la mañana del 10 de mayo de 1957, luego de conocerse la noticia del derrocamiento del dictador Gustavo Rojas Pinilla, el dirigente Ignacio Cruz Roldán, único sobreviviente de los signatarios, fue objeto de un atentado a bala.

La persecución contra los nueve valientes tulueños no solo fue con las armas, pues “El Cóndor” y varios de sus secuaces el 21 de julio de 1955 presentaron “denuncia criminal” ante el Juzgado Penal del Circuito contra los signatarios de la carta por el delito de calumnia y fueron condenados el 23 de enero de 1957 a pagar entre $2.200 y $3.000 al Tesoro Nacional. Solo fue absuelto el Doctor Donaldo Arrieta. Posteriormente la sentencia fue declara nula por el Tribunal Superior de Buga.

Pero el libro del historiador Omar Franco Duque no se circunscribe a este episodio. Incluye hechos locales, departamentales y nacionales que le antecedieron, elementos que permiten una mejor comprensión de los motivos que motivaron la histórica carta, tales como el origen de la violencia política, la intolerancia religiosa, los gobiernos conservadores, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el golpe militar de Rojas Pinilla, el Frente Nacional y sus repercusiones en Tuluá.

Tampoco es pretensión del autor revivir odios sepultados, pero si evitar que de la memoria histórica del terruño desaparezcan estos nueve ciudadanos que, superando el miedo colectivo, en un acto de heroicidad, optaron por denunciar ante la Nación la ignominia a la que estaban sometidos quienes militaban en el Partido Liberal por  parte de un tenebroso batallón de criminales que, seguramente, como lo afirmara el ex presidente Alfonso López Pumarejo ejercían una violencia que “… no tuvo su origen en el pueblo, sino que, como filosofía y como práctica vino desde lo alto”.

Además  del  alto  aporte  histórico,  este  libro  aparece  en  un  momento oportuno en virtud de las negociaciones de La Habana en procura del fin del conflicto con las guerrillas que tantas vidas inocentes ha cobrado, situación de la cual Tuluá no es ajena, víctima igualmente de la violencia que ejercen las bandas criminales y de inescrupulosas organizaciones que han hecho de la política un “arte” para lucrarse y no para servir.

Con su trabajo, Franco Duque ha llenado ese vacío del cual hizo referencia Fernán Muñoz Jiménez al comentar la novela del insigne escritor tulueño: “Queda faltando, sin embargo, la tarea necesaria, insustituible, del historiador que nos diga, en forma detenida, toda la magnitud de la tragedia por él (León María Lozano) ocasionada, y los nombres de los compañeros de su macabra aventura delictiva.”


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