2014/ Diciembre/ EconoticiaS/ Por: Daniel Potes Vargas/
Arcadio Macías |
En
Arcadio encuentro más la polisemia natural de la poesía. Cohen decía en su
curso sobre Paul Valéry en La Sorbona que la poesía es alígera, inasible y
polivalente.
En
el prólogo al poemario Y la primavera no nos basta, dice con sabiduría David
Horacio que el deber de la poesía es recordarnos que no hay fórmulas para
evadir las dificultades y misterios de la existencia. No importa cuántos hijos
se tengan, el saldo de la cuenta bancaria de cada uno o la pareja del hogar.
También encuentra como meta de la poesía ayudarnos a combatir la amargura y el
desencanto de sabernos tan efímeros y vulnerables. Rosales es de una notable
inteligencia emocional.
Nadie
se escapa de la gravitación ominosa de la muerte. Nada hay después de la muerte
y la muerte en sí misma nada es, decía el sabio atemporal Lucio Anneo Séneca.
Comenta con bellas palabras Rosales Rojas “Cuando una metáfora ajena se siente
como propia y un poema traduce un sentimiento o un instante añorado por el
lector, se celebra una de las comuniones más profundas con el otro y con la
naturaleza. En estos tiempos de tantas distracciones, ruidos y apariencias, de
júbilos en un vano intento de ocultar el hastío, la poesía nos devuelve el
silencio y la verdad”.
En
un departamento como el Valle del Cauca, exuberante y persistente en la
búsqueda de la poesía polisémica y libre, los poemarios de estos dos poetas son
como una pleamar en el océano de los fulgores. Altamar de oro son estos versos
de Regresos, del poemario Tierra de
Lunas de Arcadio Macías Cabal “El sueño es una larga vida inconclusa”. “¿Dónde
estará el que acabó de ser? Sólo queda la sombra tras la puerta que se cierra”.
(Hoy). No sólo belleza, no sólo oleaje estético hay en la poesía de ambos sino
escrutinio del misterios, minería en los guiños de la vida y de la nada, del
conocimiento y el olvido.
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